miércoles, 19 de agosto de 2009

Evolución del cuento dominicano

El cuento dominicano se ha debatido desde su nacimiento entre el vanguardismo y el rezago.
En el S. XIX y aún antes del 1850 ya los Estados Unidos tenían al modelo del perfecto cuentista en Edgar Allan Poe; Francia nos daba en la segunda mitad del s. XIX a su mayor exponente del género Guy de Maupassant y Rusia, con Anton Chejov, cerrraba ese siglo con los tres más grandes cuentistas del mundo. Paradójicamente ninguno llegó a los 45 años.

En ese siglo no existió en la República Dominicana ningún escritor que podamos catalogar de cuentista y para el maestro del cuento dominicano José Alcántara Almánzar “en el país prevalecían las tradiciones basadas en creencias y sucesos históricos, la estampa folklórica o costumbrista, y el cuento romántico, de corte amorosos o sentimental”.

Buena muestra de ello son el relato “La Ciguapa” (1866) de Javier Angulo Guridi; “Cosas Añejas” de César Nicolás Penson (1881) y “Cuentos Frágiles” de 1909 del poeta Fabio Fiallo. No es sino hasta la década del 30 del S. XX cuando aparecen en nuestro país los primeros cuentos de Bosch. Sólo entonces según Pedro Peix “puede afirmarse que el cuento es asumido como una convención literaria, como un género excluyente que tiene sus propias leyes formales, su propio código narrativo inscrito en una estructura que no acepta digresiones ni tolera remembranzas o introducciones sospechosas”.

Podemos afirmar entonces que desde el primer relato de Guridi en 1866 hasta la década del 30 del S. XX, nuestra literatura y en especial, nuestra cuentística estuvo rezagada en comparación con la literatura hispanoamericana y ni qué decir de la literatura mundial.

Fue con Bosch que la cuentística dominicana “no tuvo nada que envidiarle a la que se cultivó en aquellos años en el resto de Hispanoamérica. Pues por primera vez en la década del 30 fuimos vanguardia. Pero he aquí que con el afianzamiento de la dictadura de Trujillo en la década del 40 hasta finales de los 50 el cuento dominicano vuelve a rezagarse. Renacería años más tarde de la mano de uno de nuestros mayores exponentes, el maestro Virgilio Díaz Grullón con su libro “Un día cualquiera”, Premio Nacional de Literatura en 1958.

Así llegamos a la década del 60, quizás la época más convulsa de la segunda mitad del siglo XX, que con la muerte de Trujillo no sólo lograba liberarse de una opresión directa y personal sino que además disfrutaba por primera vez de la libertad de pensamiento, expresión y creación. Pocos años después, por desgracia, era presa del desencanto y la frustración que produjeron la Guerra Civil del 65. Esto influyó de modo considerable en la narrativa de dos poetas que descubrieron en el cuento un nuevo modo de aprehender la realidad. Son ellos René del Risco Bermúdez con “Ahora que vuelvo, Tom”, “En el barrio no hay banderas” y “Se me fue poniendo triste, Andrés”, el otro gran cuentista lo sería Miguel Alfonseca con cuentos como “Delicatessen”, “La boca” y “Los trajes blancos han vuelto”. Ambos lograron según Pedro Peix “una particular visión del mundo” y fueron conscientes de que “sólo la persecución de un aliento lírico en los costados de la ficción, es capaz de forjar una atmósfera literaria inolvidable, y de subvertir el lenguaje y al mismo tiempo de enriquecer la cadencia, la tensión interna de la estructura narrativa”.

Aunque en la década del 60 había otros excelentes narradores, entre ellos, Armando Almánzar con “El gato” o “Selva de agujeros negros para Chichí la Salsa”, Efraím Castillo con “Inti-Huamán o Eva again”, Iván García con “Rememuriendo” ninguno llegó a alcanzar el nivel de un René o un Miguel Alfonseca.

Los 60 representan también el fortalecimiento de nuestra literatura especialmente con el incentivo de los concursos que dio a conocer lo mejor de esa generación. Paradójicamente “la gran apoteosis del boom latinoamericano sorprendió a la mayoría de nuestros narradores sin la suficiente preparación para competir con la madurez temática y la maestría técnica que exhibían los latinoamericanos” y a pesar de que los 60 representaron una vanguardia a lo interno en comparación con lo que se escribía para la misma época en Latinoamérica volvíamos a estar rezagados. No teníamos nosotros a un Cortázar, o a un Monterroso, y muchos de los escritores de la época aún no dominaban los recursos estilísticos como “el monólogo interior, los distintos puntos de vista en la narración, los diálogos interpuestos, las voces plurales, el flujo de conciencia, y los juegos tipográficos” que remozaron no sólo la cuentística sino también la novelística latinoamericana.

Así entramos a los 70, con Pedro Peix uno de nuestros mayores cuentistas con “Pormenores de una servidumbre” y “La selva”; José Alcántara Almánzar con “el Zurdo” y “El día del concierto”; Diógenes Valdez con cuentos como “El silencio del caracol” y “Todo puede suceder un día” y Arturo Rodríguez Fernández con “Infancia Feliz” o “La mujer de papel”.

Es al final de esta década que se inicia el declive del Boom latinoamericano y ya para la primera mitad de la década siguiente se puede afirmar que el realismo mágico y todo el aparato conceptual y técnico de la narrativa latinoamericana empieza a agotarse, fenómeno que se ve reflejado en algunos de los cuentos de Pedro Peix y de Arturo Rodríguez Fernández para esta época.

De los escritores mencionados Peix es el que refleja mayor consciencia y madurez en el arte narrativo.

En la primera mitad de los 80, los mismas voces de los 70 eran quienes llevaban la voz cantante. Eran estos el maestro Alcántara Almánzar, Pedro Peix y el excelente Diógenes Valdez. Esto sólo empezó a cambiar en la segunda mitad de los 80, con escritores como René Rodríguez Soriano con cuentos como “Su nombre, Julia” y el advenimiento del escritor vegano Pedro Antonio Valdez que en 1989 con “El mundo es algo chico, Librado” ganó el primer lugar del concurso de casa de teatro y comenzó en la cuentística dominicana un nuevo modo de narrar, donde se aplicaban técnicas novedosas como el flash-back, noticias intercaladas de periódico, la ironía, apuntes de un diario, etc.

Desde Pedro Antonio Valdez a finales de los ochenta el cuento ha venido remozándose y ya en la década de los noventa aparece Julio Adames con “Velo Horizonte”, Pastor de Moya con “Bemoles para cuervos”, Máximo Vega con “La rutina de los sábados”, Eugenio Camacho con “Estridencias”, Manuel Llibre Otero con “La noche de la actriz” y por supuesto el más destacado de los cuentistas de esa generación: José Acosta.

Con José salimos de los 90 y entramos en la primera década del S XXI con historias tan extraordinarias como su cuento el escalofriante “Efecto dominó” o ya más cercano a nosotros con “Los derrotados huyen a París” o “La última representación de Gregorio Link”.

Es en esta primera década del S XXI cuando el cuento ha florecido de modo más extraordinario con jóvenes escritores como la santiaguera Joanna Díaz López con “Silverio de Tal” o “Gloria a Dios”, Sandy Valerio con “Después de una buena venta” o ”El último regalo”, Sandra Tavárez, una narradora que promete mucho con “El informe” o “Alerta verde” y Yaniris Espinal con narraciones de una crudeza hiperrealista como “Zapatos de Tacón”.

A esta generación es a la que me siento pertenecer. Una generación que aborda el neo-realismo desde una vertiente crítica. En ésta están inscrito además el poeta y cuentista Omar Messon con historias tan novedosas como “El cuarto de los recordatorios” y “Ahora que has vuelto, René”, Óscar Zazo, un español que se ha adaptado extraordinariamente bien a lo dominicano y que es uno de los fundadores del grupo de escritores de Sosúa al que pertenezco con dos historias estremecedoras como “Estado de Shock” y “7,5 escala de Richter” y Moisés Muñiz un gran narrador, dueño de un lirismo poético en historias como “El niño que dirigía el mar” y “Entonces” uno de los mejores cuentos sobre los sicarios de las dictadura que he tenido la oportunidad de leer.

Faltan en esta evolución cuentística los nombres de una escritora ya consagrada, la novelista de Jamao, Minelys Sánchez y el joven escritor Domingo Gómez. Minelys con cuentos modernísimos como “Un musulmán entre dos cristianas” y Domingo Gómez con “Lo tuve que hacer un cuento” y “La mano de Dios”.

Por último, quien estas líneas suscribe, con cuentos como “Desidia” y “Cuestión de fondo”.
Esta es mi humilde visión de lo que ha sido el desarrollo de la cuentística dominicana y quienes son y han sido sus representantes.

Me permitiré cerrar esta parte de mi presentación con dos citas que vienen a cuento al tema que estamos tratando. La primera es de Mempo Giardinelli un escritor argentino que afirma lo siguiente:”Lo que distingue a un escritor de una época del escritor de otra época es que su mirada del mundo va cambiando porque cambia el mundo. Y como cada escritor escribe para los lectores de su época, y se nutre de lo que pasa en su época, y hasta los fantasmas interiores que lo acosan son los fantasmas interiores de su época, entonces nuestro camino debe ser el de tener los ojos bien abiertos y no hacernos los distraídos”
La segunda cita y con la que quiero concluir es del cuentista Pedro Peix quien nos recuerda que a los escritores dominicanos “nos falta una coherencia, un orden, una continuidad, un ejercicio epocal que haya recogido periódicamente la impronta de todas las corrientes y escuelas literarias”

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